En una entrada reciente, de 1 de septiembre de 2013,
reproducía yo aquí unas declaraciones de Thomas Schaller, en las que calificaba
a la acuarela de “escenografía”.
Esta idea me parece francamente interesante, aunque quizá
toda la pintura y más la figurativa, e incluso toda obra artística, tenga ese
carácter escenográfico o teatral.
En efecto, una acuarela no debe ser una copia o un intento de copia de la
realidad, sino que es un “montaje”, es la selección de un fragmento de la
realidad, que el pintor elige por algún motivo y que ofrece al espectador
diciéndole: “Mira lo que hay aquí”.
Y en esa propuesta
que es el cuadro, el acuarelista transmite también una interpretación personal
de esa parte de la realidad que ha elegido.
Sobre todo los principiantes
deben saber que no se trata de copiar la realidad tal cual es, a no ser
que se utilice una técnica hiperrealista, que viene a dar como resultado una
reproducción exacta, como de una fotografía. Y para eso ya está la fotografía,
que tiene sus propios criterios artísticos, muy diferentes de los de la
acuarela.
Por tanto, partiendo de la base de que no es posible
reproducir la realidad en toda su variedad y multiplicidad, nuestra experiencia
nos lleva a deducir que el acuarelista ofrece siempre una visión propia, visión propia que
realiza cada vez que pinta, aunque no lo
busque. La acuarela es siempre una interpretación, una esquematización del
modelo.
Muchos artistas dicen que lo que los ingleses llaman “los
valores” (esto es, el juego de claros y oscuros, de luces y sombras de una
acuarela) y la simplificación de las
formas, son los elementos necesarios para que una acuarela funcione.
Y esto es así porque la simplificación del dibujo y la
acentuación de claros y oscuros facilitan esa “visión propia”, ese “montaje
teatral” que conlleva toda acuarela.
La simplificación del dibujo supone liberarse de la tiranía
del detalle que existe en la vida real y además prepara el camino para que los
colores hagan su trabajo, para que creen un ambiente, esa idea de conjunto que es lo que una acuarela transmite.
Por todo lo anterior es muy importante la preparación de cada
acuarela y a veces lleva más tiempo que su propia realización.
Lo más habitual es hacer un pequeño boceto a lápiz del tema
a realizar en el que queden establecidos los “valores” que va a presentar el
cuadro, del más claro al más oscuro.
Se suelen establecer tres valores: claro, medio y oscuro, y
en el boceto a lápiz se marcan las tres tonalidades de forma que queda
claramente prefijado antes de empezar a pintar dónde estarán las zonas más iluminadas y sombreadas del cuadro, así como
los tonos medios.
También tres suelen ser los planos que en profundidad existen
en una acuarela: el fondo, el plano medio y el primer plano.
Esto nos ayudará después a la hora de pintar, ya que si ya
tenemos estudiado de antemano dónde van los colores más claros, los más oscuros
y los tonos medios y cómo vamos a articular los diferentes planos y nos atenemos a ese estudio previo, nos quedará
más tiempo para atender al control del agua y el color, aspectos que son tan
absorbentes en la ejecución de la acuarela.
La simplificación es la base de ese mundo propio que se
desarrolla en la acuarela. Como nos dice Castagnet, él cuando observa la
realidad no piensa “Qué pongo” (en el cuadro), sino “A ver qué quito, a ver con qué me quedo” y
procura quitar el mayor número de cosas posible.
Todos los acuarelistas nos dicen que hay que usar el mínimo
de pinceladas posible y que toda pincelada debe tener un sentido, una
finalidad, si no es así no hay que darla.
Ese es el principio de “menos es más”, como nos recordaba
Janine Galizia, esto es, que se dice más, que el mensaje es más eficaz con menos dibujo, menos colores, menos
pinceladas, etc…
Muchas gracias a Dolores Franco por sus comentarios con respecto a esta técnica! todos son muy buenos! saludos
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