martes, 12 de abril de 2011

ACUARELAS DE FORTUNY Y SU ÉPOCA EN EL MUSEO DEL PRADO

En el Museo del Prado se muestran temporalmente desde el 2 de marzo una serie de acuarelas de Fortuny y sus seguidores.


El empleo de la acuarela por parte de estos pintores buscaba su semejanza con el óleo, lo cual no impide que estas obras se puedan valorar por la maestría en el empleo de la técnica.


Conviene saber que en esta dirección de Internet se pueden ver muchas de ellas con una gran calidad, sin necesidad de desplazarse hasta el Museo del Prado:










José Jiménez Aranda: El tronco viejo






















Mariano Fortuny: Un marroquí

miércoles, 6 de abril de 2011

EXPOSICIÓN DE CHARDIN EN EL MUSEO DEL PRADO




















El niño de la peonza, 1738



Es una verdadera delicia esta exposición para todos los amantes de la pintura.


Chardin es un pintor atípico, muy personal, un tanto al margen de las corrientes generales de su época, que destaca por su gran maestría con la pintura, por ser un gran artesano, que estudiaba y elaboraba cada detalle de sus cuadros, tanto en lo que respecta a la composición como a la técnica pictórica.

Tenía una gran sensibilidad para los objetos humildes, de uso cotidiano en la cocina o en la mesa. En sus bodegones suelen aparecer utensilios de cocina: pucheros de metal y de barro, cerámicas, frutas, ajos, ostras, etc. Y también animales muertos procedentes de la caza: conejos, liebres, patos…

No obstante, lo fascinante es la composición estudiadísima y la ejecución misma de la pintura, situando la escena sobre una mesa de cocina, con un fondo neutro cuyos colores podrían ser objeto de un estudio interesantísimo y con una atención especial a la representación de las distintas texturas. La exposición, que contiene una buena parte de su obra, nos muestra a grandes rasgos su evolución.

La raya, 1725-1726

La primera parte de su producción estuvo dedicada al bodegón, que representaba de una forma muy estudiada y con un color y una composición realmente conseguidos. Podrían relacionarse estos bodegones con los de los pintores flamencos y holandeses del siglo XVII, pero con un toque muy personal. Después, probablemente debido a que la pintura de figura estaba más considerada y era más rentable que la de bodegones, pasó a pintar escenas de género, que representan situaciones domésticas de carácter intimista, representativas de la burguesía de la época, donde destaca su gran sensibilidad para captar la expresión de niños y adolescentes. Estas escenas tuvieron una gran difusión en el siglo XIX.

En su última época volvió a la pintura de bodegones, cuando produce unos cuadros de ejecución exquisita, en los que se manifiestan todas sus cualidades de gran pintor.

La niña con el volante, 1737














Problemas con la vista le hicieron acudir en sus últimos años al pastel, técnica en la que elaboró algunas obras notables, como sus propios autorretratos.

Se ha denominado a Chardin “pintor para pintores” o “pintor del silencio”. Se conoce que fue admirado por pintores posteriores tan fundamentales como Cézanne, Matisse, Picasso, Morandi o Lucien Freud.

Yo destacaría como una aportación especial de Chardin el esquema compositivo, muy sutil y sólidamente estudiado, la maestría en la representación de las diferentes texturas y el empleo exquisito del color, con una entonación general que impregna la luz del cuadro y un gusto especial en la armonización de los fondos, de todo lo cual se pueden ver trazas en los pintores antes mencionados.
La joven maestra de escuela, 1735-36 La tabaquera, 1737



La bendición, h. 1740



La cesta de fresas salvajes, 1760




Ramo de claveles, tuberosas y guisantes de olor, h. 1755











Pompas de jabón, 1733-34

















Rosenberg, el Comisario de la exposición, señala cómo Chardin fue un autodidacta, que creía en la pintura y consideraba que con los pinceles se puede expresar lo que el escritor expresa con un lápiz o un músico con una partitura. Admirado por los artistas del siglo XIX, con un juego de formas que sedujo a los cubistas, "nunca se contentó con una invención", según Rosenberg. Nunca abandonó un género para dedicarse exclusivamente a otro. Supo renovarse, pero le gustaba volver atrás a menudo en unas obras que pintaba directamente, sin utilizar bocetos. "Su obra La Raya causó sensación y le permitió entrar en la Academia de Pintura y Escultura, a la que accedían los que habían estudiado allí". Rosenberg destaca la habilidad de Chardin para pintar gatos, a diferencia de la mayoría de los artistas, y considera que, al contrario que en la pintura contemporánea, la contemplación de su obra aporta "reposo, paz, silencio, recogimiento". Sus pinturas, añade, son espacios de glorificación de los objetos, que sublimó. "Huye de la anécdota, no quiere contar nada. Es un artista que sabe emocionar", y en las propias palabras del pintor: "Uno se sirve de los colores, pero se pinta con el sentimiento".